A Ketzalkoatl, dios tolteca de los vientos(*), tercer hijo de la pareja divina Ometekuhtli y Omeciwatl, Señor y Señora de la dualidad, se lo representaba con vestido plateado como los rayos de Selene, con medialuna en el pecho, cubierto con la máscara sagrada; en la mano izquierda, el chimalli, en el cual se dibuja el símbolo de la estrella de la mañana; en la mano derecha, el makuauwitl para la lucha.
En otra de sus representaciones, esta deidad aparece en medio de las nubes como el lucero del amanecer. Lleva un solo ceñidor en la cintura y en la espalda un lienzo con dos cruces de brazos iguales. En uno de sus jeroglíficos aparece con la cabeza y las orejeras de discos, bozo de disco en la nariz, y en los carrillos, triples discos en medio de los cuales se dibujan dos cruces de malta.
Ketzalkoatl es el Cristo Cósmico nawa que en el año Ce Akatl (895) encarnó en el hogar de Iztakmixkoatl y Chimalma. De naturaleza mística y austera, muy joven comenzó a practicar el ayuno y la penitencia. A los treinta años fue nombrado gran sacerdote y monarca de Tollan (Tula, Estado de Hidalgo). Otro de los anales toltecas dice: «Desterrado de su patria, volvió a ella después de muchos años trayendo desde países lejanos una civilización muy adelantada y una religión monoteísta de amor para todos los hombres». Otra de esas crónicas dice: «Llegó a Tollan por Pánuco, venía del mar sobre un madero, era blanco y barbado, y portaba túnica bordada con pequeñas cruces rojas».
Como instructor, los nawas lo representaban con mitra de oro forrada con piel de tigre y plumas de ketzalli, sobrepelliz vistosamente adornada y orejeras de turquesa; collar de oro del cual penden diminutos y preciosos caracoles marinos; capa de plumas de ketzalli figurando llamas de fuego y kaktli de piel de tigre de cuyas anchas correas, que cruzándose suben hasta arriba de las pantorrillas, cuelgan caracolillos marinos; en la mano izquierda, escudos con estrella de cinco puntas en el centro; en la derecha, cetro de oro con piedras preciosas.
Les enseñó a cultivar la tierra, a clasificar a los animales, a tallar las piedras preciosas, la fundición de metales, la orfebrería y la cerámica. Les enseñó astronomía y el uso del calendario. Prohibió la guerra y los sacrificios humanos y de los animales; los sacrificios habían de ser de pan, de flores y de kopalli. Prohibió el homicidio, el robo, la poligamia y todo mal entre los hombres.
En Tollan fundó un templo de misterios con cuatro grandes adoratorios: el primero era de madera de cedro con adornos verdes; el segundo, de cedro con adornos de coral; el tercero, de cedro con adornos de caracoles marinos; el cuarto, de cedro con adornos de plumas de ketzalli. En ellos, él y sus discípulos oraban, ayunaban y practicaban la penitencia.
Les hablaba de Ipalnemoani (Aquél por quien vivimos), de la creación del mundo, de la caída del hombre, del diluvio, del Cristo y su Evangelio, del bautismo, de la circuncisión y de la cruz (símbolo de la inmortalidad de la vida y de redención del género humano), recomendándoles que la usaran en los altares de los templos y en sus hogares. Puso nombre a los pueblos, montes y valles.
Era un instructor divino y fue negado y perseguido por los mismos a quienes había venido a enseñar a amar y a vivir. Lo persiguieron y, en su huida de Tollan, se refugió por algún tiempo en Teotiwakan (lugar de adoración) donde dejó un templo abierto en cuyo altar los Maestros realizaron el autosacrificio y la solemne ceremonia del fuego nuevo.
El altar de este templo está adornado con cabezas de serpiente emergiendo del cáliz de una flor, las cuales simbolizan a Ketzalkoatl caído en los abismos atómicos humanos; las conchas blancas y los caracoles rojos que las adornan son el emblema del origen primario de la deidad.
De Teotiwakan pasó a Cholula donde vivió veinte años, pero tuvo que huir nuevamente de allí por la guerra. Con cuatro de sus discípulos de dirigió a Koatzakoalkos, y dicen los anales que construyó una balsa y en ella se hizo a la mar y desapareció. Pero antes les dijo que tuvieran por cierto que hombres blancos y barbados como él habrían de llegar por mar del Oriente y se enseñorarían de Anawak.
Sabemos que se cumplió la profecía, hombres blancos y barbados vinieron desde el mar por el Este, pero no para evangelizar con palabras sino con la espada. "Orad sin cesar para que encontréis al Señor con alegría y no con dolor".
En el museo de Antropología e Historia de la ciudad de México, como testimonio de las místicas enseñanzas de Ketzalkoatl, existe un monolito de la "serpiente preciosa de plumas de ketzalli" que tiene por fuera una gran bífida lengua (símbolo de la luz), sobre la cabeza una "I", emblema del fuego, Ignis, y el jeroglífico "Akatl" (caña), un carrizo de agua, simbolizado por la cabeza humana que remata al conjunto de la serpiente.
La "serpiente preciosa de plumas de ketzalli" es el emblema del divino hombre nawa, Ketzalkoatl, que encarnó en Adam y cayó al ceder a la tentación de la serpiente bíblica.
El sumum de la belleza es la mujer. La naturaleza, la música, las flores, un paisaje, un niño nos conmueven, pero la mujer no sólo nos conmueve sino que nos atrae, nos inspira, nos provoca. Desde niños añoramos sus ternuras porque ella es la otra mitad de nuestro ser, y viceversa.
Cuando amamos, durante el connubio sexual, somos como dioses. Los tlamatinime (filósofos, iniciados) sabían retirarse del acto sexual sin eyacular el licor seminal. Entonces las jerarquías solares y lunares utilizaban un solo espermatozoo para fecundar a la mujer.
Fueron los ángeles caídos los que enseñaron a los hombres y mujeres a eyacular el licor seminal; y así cayeron de su estado paradisíaco en la animalidad en la que desde entonces se debaten. ¡Ketzalkoatl, el cuatito divino, que se levante victorioso por entre la columna vertebral de ellos!
Por la violación del sexto mandamiento de la Ley de Dios: "no fornicarás", al descender a los abismos atómicos del hombre y de la mujer, la serpiente preciosa de plumas de ketzalli se transformó y tuvo que arrastrarse sobre su pecho entre el lodo de la tierra porque quedó maldita. (Génesis 3, 14).
En nuestras glándulas seminales se halla encerrada la serpiente preciosa de plumas de ketzalli que sólo se despierta y se levanta al influjo de la magia amorosa. Ella es también el emblema nawa del fuego sagrado del Espíritu Santo que, al subir por el séptuple canal de la médula espinal, nos convierte en ángeles.
En los empedrados patios de los templos de misterios nawas, hombres y mujeres permanecían meses y meses acariciándose, y hasta uniéndose sexualmente, sin llegar jamás a derramar el licor seminal. En esta forma los nawas despertaban en ellos el Fuego Universal, el fuego sagrado del Espíritu Santo, y se convertían en magos que hacían prodigios como los que, a su paso por la Tierra, hiciera el divino Maestro Jesús, el Cristo.
Enseñar a transmutar las fuerzas sexuales de la animalidad humana en fuerzas divinas mentales es parte de las enseñanzas de este libro.
El hombre y la mujer regresarán al Edén unidos por el divino uso natural de los sexos. El amor nos convierte en dioses.
Cuando la serpiente preciosa de plumas de ketzalli sube por en medio de la columna vertebral, se transforma en Ketzalkoatl, en el ave maravillosa de todas las transformaciones, en el ave Minerva cuyos terribles secretos ningún iniciado puede revelar.
Entonces, el fuego sagrado del Espíritu Santo florece en nuestros labios hecho verbo y, al influjo de nuestra palabra, el fuego, el aire, el agua y la tierra nos obedecen y adoran.
(*)N. del E.: En la diversa Obra La Doctrina Secreta de Anawak (véase el capítulo XV) el Autor precisa la distinción entre Ketzalkoatl y Ehekatl.
Magia Cristica Azteca.
Samael Aun Weor
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