Lo fundamental en la vida es llegar realmente a conocerse a sí mismo: ¿De Dónde venimos, hacia dónde vamos, Cuál es el objetivo de la existencia, para qué vivimos? etc., etc., etc. Ciertamente, aquélla frase que se puso en el frontispicio del templo de Delfos es axiomática: “HOMO, NOSCETE IPSUM” (Hombre, conócete a ti mismo... y conocerás el Universo y a los Dioses...) Conocerse a sí mismo es lo fundamental; todos creen conocerse a sí mismos, cuando realmente no se conocen. Así que, es necesario llegar al pleno conocimiento de sí mismos; esto requiere incesante auto-observación, necesitamos vernos tal cual somos...
Desafortunadamente, las gentes admiten fácilmente que tienen un cuerpo físico, más cuesta trabajo que comprendan su propia psicología, que la acepten en forma cruda, real. El cuerpo físico aceptan que lo tienen porque pueden verlo, palparlo, más su psicología es un poco distinta, un poco diferente. Ciertamente, como no pueden ver su propia psiquis, como no pueden tocarla, palparla, para ellos es algo vago que no entiende. Cuando alguna persona comienza a observarse a sí misma, es señal inequívoca de que tiene intenciones de cambiar; cuando alguien se observa a sí mismo, cuando se mira a sí mismo, nos está indicando que se está volviendo diferente a los demás...
Es de los distintos eventos de la existencia de donde podemos nosotros sacar el material psíquico, necesario para el despertar de la conciencia. En relación con las personas, ya sea en la casa, ya sea en la calle, en el campo, en la escuela, en la fábrica, etc., los defectos que llevamos escondidos afloran espontáneamente, u si estamos alertas y vigilantes, como el vigía en época de guerra, entonces los vemos; defecto descubierto, debe ser comprendido íntegramente, en todos los niveles de la mente... Si pasamos, por ejemplo, por una escena de ira, tendremos que comprender todo lo que sucedió. Supongamos que tuvimos una pequeña riña; tal vez llegamos a algún almacén, pedimos algo y el empleado nos trajo otra cosa que nosotros no habíamos pedido; entonces nos irritamos ligeramente... “señor, le decimos, pero si yo he pedido esta cosa y usted me trae tal otra; ¿no se da cuanta usted que estoy de afán, que no puedo perder el tiempo?” He allí una pequeña riña, un pequeño disgusto; es obvio que necesitamos comprender qué fue lo que pasó... Si llegamos a la casa, debemos de inmediato concentrarnos, profundamente, en el hecho sucedido, y si ahondamos en los motivos profundos que nos hicieron actuar de esa manera, y en esa forma regañar al empleado, o al mozo, porque no nos trajo lo que habíamos pedido, venimos a descubrir nuestra propia auto-importancia, es decir nos hemos venido a creer muy importantes. Obviamente ha habido , en nosotros, eso que se llama “engreimiento”, “orgullo”, “irritabilidad”... He allí la impaciencia, he allí varios defectos; la impaciencia es un defecto, el engreimiento es otro defecto; la auto-importancia, sentirnos muy importantes, es otro defecto; el orgullo, sentirnos muy grandes y ver con desprecio al mozo que nos está sirviendo, he allí otro defecto; todos esos defectos nos hicieron comportar en forma inarmónica. De paso hemos descubierto varios “yoes” que deben ser trabajados, comprendidos; habrá de estudiarse a fondo lo que es el “yo” del engreimiento, habrá que comprenderlo totalmente, habrá de analizársele habrá de estudiarse a fondo lo que es el “yo” del orgullo; habrá de estudiarse a fondo lo que es el “yo” de la auto-importancia, habrá de estudiarse a fondo lo que es el “yo” de la falta de paciencia, lo que es el “yo” de la ira; en un grupo de “yoes”, cada uno deber ser comprendido, analizado, estudiado por separado. Tenemos que aceptar que detrás de ese pequeño e insignificante suceso, se esconde un grupo de “yoes” y que éstos, naturalmente, están activos. Hay que estudiarlos por separado; dentro de cada uno de ellos está embotellada la “Esencia”, es decir la conciencia; entonces hay que desintegrarlo, aniquilarlos, reducirlos a polvareda cósmica. Para desintegrarlos, tendremos que concentrarnos en la Divina Madre Kundalini, suplicándole, rogándole que los reduzca a polvo; pero primero hay que comprender el defecto (supongamos la ira), y luego, después de haberlo comprendido, rogarle a la Divina Madre que lo elimine; lo mismo después de comprender la impaciencia, después de comprender la auto-importancia, etc., suplicarle a ella que elimine tal error.
¿Por qué nos creemos importantes, si nosotros no somos más que míseros gusanos del lodo de la tierra? ¿En qué basamos nuestra auto-importancia, en qué la fundamentamos? Pues realmente no hay basamento para nuestra auto-importancia, porque nada somos; cada uno de nosotros no es más que un vil gusano del lodo de la tierra... ¿Qué somos ante el infinito, ante la galaxia en que vivimos, ante esos millones de mundos que pueblan el espacio sin fin? ¿Para qué sentirnos auto-importantes? Así, analizando cada uno de nuestros defectos, los vamos comprendiendo, y defecto que vayamos comprendiendo, debe ser eliminado con la ayuda de la Divina Madre Kundalini. Es obvio que habrá que suplicarle a ella, habrá que rogarle elimine el defecto que uno vaya comprendiendo...
En una escena toman parte varios “yoes”; pongamos otra escena, una de celos por ejemplo: incuestionablemente, es grave que en una escena de celos entren también varios “yoes”. Si un hombre encuentra de pronto a su mujer hablando con otro hombre, en forma muy quedita, ¿qué le hará sentir eso? Sentirá celos, posiblemente que sí y le formará pelea a la mujer. Es claro, que si observamos esa escena, veremos que allí hubo celos, ira, amor propio, varios “yoes”: el yo de amor propio se sintió herido, los celos entraron en actividad, la ira también... Cualquier escena, cualquier acontecimiento, cualquier evento, debe servirnos de base para el auto-descubrimiento; en cualquier evento, venimos a descubrir que tenemos dentro de nosotros mismos varios “yoes”, eso es obvio. Por todos estos motivos, se necesita que nosotros estemos alertas y vigilantes, como el vigía en época de guerra, el indispensable el estado de alerta-percepción, de alerta-novedad. Si no procedemos en esa forma, la conciencia continuará metida dentro de los “agregados psíquicos” que en nuestro interior cargamos, y no despertaríamos jamás. Tenemos que comprender que estamos dormidos, si la gente estuviera despierta, podría ver, tocar, palpar las grandes realidades de los mundos superiores; si las gentes estuvieran despiertas, recordarían sus existencias pasadas; si las gentes estuvieran despiertas, verían la Tierra tal como realmente es. Ustedes no están viendo la Tierra, tal como es; las gentes de la Lemuria sí veían el mundo como es; sabían que el mundo tiene nueve dimensiones (por todo, diríamos) y siete fundamentales. Veían el mundo en forma multidimensional; en el fuego percibía a las “salamandras” o criaturas del fuego; en las aguas percibían a las criaturas acuáticas, a las ondinas; en el aire, tan claros para ellos los “silfos” y dentro del elemento tierra veían a los “gnomos”. Cuando levantaban los ojos hacia el infinito, podían percibir a otras humanidades planetarias; los planetas del espacio eran visibles para los antiguos, en forma distinta, pues veían el “aura” de los planetas, y también podían percibir a los “genios planetarios”. Pero cuando la conciencia humana quedó enfrascada dentro de todos esos “yoes” o “agregados psíquicos” que constituyen el “mi mismo”, el ego, entonces se durmió; ahora se procesa en virtud de su propio condicionamiento.
En tiempos de la Lemuria, cualquier persona podía ver, por lo menos, la mitad de un “holtapamnas”; un holtapamnas equivale a cinco millones y medio de tonalidades del color. Cuando la conciencia quedó metida entre el ego, los sentidos degeneraron; en la Atlántida ya tan sólo se podían percibir un tercio de las tonalidades del color, y ahora apenas si se perciben los siete colores del espectro solar y unas pocas tonalidades... Las gentes de la Lemuria eran diferentes; para ellos las montañas tenían alta vida espiritual; los ríos, para ellos, eran el cuerpo de los Dioses; la Tierra entera era perceptible para ellos, en forma diferente; eran otro tipo de gentes diferentes, distintas. Ahora la humanidad, desgraciadamente, ha involucionado espantosamente; por estos tiempos, la humanidad está en un estado de caducidad, y si no nos preocupamos nosotros por auto-descubrirnos, por conocernos mejor, continuaremos con la conciencia dormida, metida entre todos los “yoes” que llevamos en nuestro interior...
Los psicólogos, normalmente, creen que tenemos un solo “yo”, y nada más. En la Gnosis se piensa diferente; en la gnosis sabemos que la ira es un yo, que la codicia es otro “yo”, que la lujuria es otro “yo”, que la envidia es otro “yo”, que el orgullo es otro “yo”, que la gula es otro “yo”, etc. Virgilio el poeta de Mantúa, el autor de “La Eneida”, decía que “aunque tuviéramos mil lenguas para hablar y paladar de acero, no alcanzaríamos nosotros a enumerarlos cabalmente” (son tantos). ¿Y dónde vamos a descubrirlos? Solamente en el terreno de la vida práctica se hace posible el auto-descubrimiento. Cualquier escena callejera es suficiente para saber cuántos “Yoes entraron en actividad. Cualquiera que entre en acción, hay necesidad de trabajarlo para comprenderlo y desintegrarlo; sólo por ese camino se hace posible liberar la conciencia; sólo por ese camino es posible el despertar.
A nosotros nos debe interesar, primero que todo el despertar, porque mientras continuemos así como estamos, dormidos, ¿Qué podemos saber de los misterios de la vida y de la muerte?, ¿qué podemos saber de lo real, de la verdad? Para poder uno llegar a conocer a fondo los misterios de la vida y de la muerte, se necesita indispensablemente despertar. Es posible despertar si uno se lo propone; más no es posible despertar si la conciencia continúa embotellada entre todos esos “yoes”...
Vivimos dentro de un mecanismo bastante complicado; la vida se ha vuelto profundamente mecanicista, en un ciento por ciento; la ley de RECURRENCIA existe, todo se repite... La vida podríamos compararla con una rueda que está girando incesantemente sobre sí misma: pasan los acontecimientos una y otra vez, siempre repitiéndose; en realidad de verdad, nunca hay una solución final para los problemas; cada cual carga sus problemas, pero la solución final en realidad de verdad no existen y si hubiera una solución final para los problemas que uno tiene en la vida, esto significaría que la vida no sería vida, sino muerte. Así, pues, la solución final no se conoce.
Gira la rueda de la vida, siempre pasan los mismos acontecimientos, repitiéndose en forma más o menos modificada, más o menos alta o baja, pero repitiéndose. Llegar a la solución final, impedir que la repetición de eventos o circunstancias prosiga, es algo más que imposible. Entonces, lo único que tenemos que aprender es saber cómo vamos a reaccionar frente a las diversas circunstancias de la vida. Si reaccionamos siempre en la misma forma, si siempre reaccionamos con violencia, si siempre reaccionamos con lujuria, si siempre reaccionamos con codicia frente a los diversos hechos que se repiten una y otra vez en cada existencia, pues no cambiaríamos nunca, porque los acontecimientos que ustedes están viviendo actualmente, ya los vivieron en la pasada existencia. Esto significa que, por ejemplo, si ahora está sentados escuchándome (no sería aquí mismo, en esta casa, pero sí en cualquier otro lugar de la ciudad), también estuvieron sentados, escuchándome, en la pasada existencia, y yo estuve hablándoles; es decir, siempre esta rueda de la vida está girando, y los acontecimientos que van pasando son siempre los mismos. Así, pues, es imposible impedir que los acontecimientos dejen de repetirse; lo único que podemos hacer es cambiar nuestra actitud hacia los acontecimientos de la vida. Si nosotros aprendemos a no reaccionar ante ningún impacto proveniente del mundo exterior; si aprendemos a ser serenos, apacibles, entonces sucederá que podremos evitar que los acontecimientos produzcan en nosotros los mismos resultados.
Samael Aun Weor
muy bueno el articulo solo que la palabra correcta es hostapagno
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